Después de la entrañable exposición La crónica citadina de Juan Guzmán. Donde no cabe un alfiler bien caben dos ruleteros, continuamos nuestra colaboración con Google para presentar esta exposición sobre la icónica actriz de la época de oro del cine mexicano. Conoce la trayectoria artística de María Félix a través de su paso por el cine nacional dando click aquí.
A continuación el texto del curador Alfonso Morales:
Fernando Palacios, guionista y director, recordaba el momento exacto en que descubrió en una céntrica calle de la ciudad de México, frente a un aparador, a la “espectacular mujer” que respondía al nombre de María de los Ángeles Félix Güereña: jueves 4 de enero de 1940, a las 5:45 de la tarde. Gabriel Figueroa fue el encargado de hacer las primeras pruebas fílmicas del rostro de aquella joven originaria de Álamos, Sonora, a quien el mismo Palacios preparó como actriz e introdujo en el mundo de la farándula.
En El peñón de las ánimas (Miguel Zacarías, 1942) se dio a conocer la belleza altiva de María Félix. En 1943, en la película La mujer sin alma, dirigida por Fernando de Fuentes, encarnó por primera vez el rol de fémina seductora y avasallante, luego refrendado en cintas como La devoradora (Fernando de Fuentes, 1946) o La diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947).
En 1943 estelarizó Doña Bárbara, adaptación fílmica de la novela homónima de Rómulo Gallegos, realizada por Fernando de Fuentes y Miguel M. Delgado, en la que representó a una despótica terrateniente de los llanos venezolanos. De esta película provino el mote que la prensa y el público utilizaron para dar cuenta de sus correrías, en las cuales no hubo distinción entre la realidad y el cine. La Doña, diva inspiradora de grandes canciones y protagonista de sonados romances, se impuso en la mitología popular como encarnación del carácter insumiso y el triunfo social.
“La gran película de María Félix, fue María Félix”, escribió Octavio Paz. No pocos de los fotogramas de esa cinta estuvieron al cuidado de Gabriel Figueroa. Con la película Enamorada (Emilio Fernández, 1946), se inició no sólo una fructífera y amistosa colaboración entre la actriz y el cinefotógrafo, sino también el ciclo con el que la Doña se ganó un lugar en el mundo representacional de la Revolución Mexicana.
En películas como La Escondida (Roberto Gavaldón, 1955); La Cucaracha (Ismael Rodríguez, 1958); Juana Gallo (Miguel Zacarías, 1960) y La Generala (Juan Ibáñez, 1970), quien se contaba entre las mujeres más elegantes del México moderno aceptó ser compañera o cabecilla de las huestes que se disfrazaron de alzados y soldaderas.
En los sets y locaciones de una revolución impostada, carnavalesca, ajena a cualquier validación histórica, Gabriel Figueroa retrató a María Félix embriagándose, disparando balas y groserías o emergiendo de un sueño como sacerdotisa. En una de esas evocaciones de “la bola”, hizo también el close up en que la Doña se perpetuó como resplandor de unos ojos en duermevela.