El sueño de la liebre. El cine de Luis Buñuel y Gabriel Figueroa
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El sueño de la liebre. El cine de Luis Buñuel y Gabriel Figueroa

Exposición presentada por Fundación Televisa y Filmoteca de Cataluña

26/04/2023

La Colección y Archivo de Fundación Televisa difunde el patrimonio audiovisual más allá de las fronteras con la exposición El sueño de la liebre. El cine de Luis Buñuel y Gabriel Figueroa, presentada en la Filmoteca de Cataluña en Barcelona, España, del 27 de abril al 27 de agosto de 2023.    

En esta exposición, integrada por una instalación videográfica, una exposición documental y un ciclo de 14 películas, las imágenes del reconocido cinefotógrafo mexicano nos sumergen en las obsesiones del cineasta aragonés (estéticas, narrativas, políticas, sexuales, religiosas…) y nos hacen participar de ese mundo que se despliega entre el sueño y la vigilia, imágenes que se proyectan en la gran pantalla para quedarse impresas para siempre en las pupilas.

Por Héctor Orozco  

Octavio Paz dijo: “Le basta a un hombre encadenado cerrar los ojos para que tenga el poder de hacer estallar el mundo”; y yo añado, parafraseándole: bastaría que la pupila blanca de la pantalla pudiese reflejar la luz que le es propia para hacer estallar el universo. 

 

La gente juiciosa del campo solía decir que las liebres no duermen, dormitan; su noche transcurre entre el sueño y la vigilia, en esa esfera que le es tan propia a la obra de Luis Buñuel, máxima figura del surrealismo cinematográfico. Aragonés, nacido en Calanda en 1900 y nacionalizado mexicano en 1949, Luis Buñuel Portolés resurgió como director en su nueva patria tras más de una década alejado de los platós de rodaje. En México dirigió veinte de sus treinta y dos películas y el cinefotógrafo Gabriel Figueroa —uno de los grandes maestros del siglo XX— fue su cómplice en siete de estos filmes extraños y provocadores: Los olvidados (1950), Él (1952), Nazarín (1958), La fièvre monte à El Pao / Los ambiciosos (1959), The Young One / La joven (1960), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964).  

Nada tenían en común el mago de los filtros que construyó un México idealizado sobre las pantallas de cine y el director de estirpe surrealista que desconfiaba de la belleza prefabricada. Nada, salvo la aversión compartida por el régimen golpista y conservador de Francisco Franco. Sin embargo, la confrontación de ideas entre estos dos creadores derivó en una amistad profunda y duradera y en siete películas en las que el talento de Figueroa se puso al servicio de las obsesiones (estéticas, narrativas, políticas, religiosas, sexuales…) de Buñuel. 

En 1950, tras un par de películas filmadas bajo las rígidas estructuras comerciales de la industria, Luis Buñuel emprendió la filmación de Los olvidados, la película que llevó a la gran pantalla, dotada de un aliento poético perturbador, la vida de los jóvenes en los cinturones de miseria de Ciudad de México. Buñuel se convirtió a sí mismo en una suerte de reportero, visitó los suburbios desfavorecidos y el Tribunal de Menores, tomó fotos y notas y leyó expedientes penales y periódicos sensacionalistas. “¡Vida y solo vida! No he inyectado literatura alguna a mi película, sino elementos de las ciencias sociales, y creo que los colaboradores han respondido. El gran Gabriel Figueroa, hallándose con elementos diferentes de aquellos a los cuales ha trabajado últimamente, ha respondido como lo que es. Ha hecho una fotografía maravillosa, esencialmente funcional, ligada a la acción”, declaró Buñuel en una entrevista. 

Con Los olvidados, Buñuel ganó el premio a Mejor Dirección en el Festival de Cine de Cannes, en 1951. Entre las personalidades que apoyaron públicamente la película se encontraban los poetas Octavio Paz, Jacques Prévert y Jean Cocteau, el cineasta Vsévolod Pudovkin y el pintor Marc Chagall, entre otros. Esta obra maestra ha llegado en inmejorables condiciones hasta nuestros días gracias a que la UNESCO la declaró Memoria del Mundo en 2003. 

El sueño de la liebre

En 1952, Buñuel y Figueroa filmaron Él, adaptación de la novela de Mercedes Pinto sobre el retrato de un paranoico, protagonizada por Arturo de Córdova. Esta es una de las películas preferidas de su director (aun cuando su paso por las taquillas y festiva- les fue discreto), quien incluso declaró: “Quizá es la película donde más he puesto yo. Hay algo de mí en el protagonista”. Así lo confirma una lista —al reverso de la página sesenta de su guion— donde describe los diferentes tipos de pies que deben aparecer en la escena del lavatorio, un fetiche recurrente en su filmografía. 

Buñuel y Figueroa volvieron a encontrarse en 1958, en el set de Nazarín, adaptación de la novela de Benito Pérez Galdós sobre las desventuras del clérigo Nazario Zaharín. La película triunfó en Cannes y ganó el Gran Premio Internacional, y contó con el apoyo público de los directores John Huston, Juan Antonio Bardem y Emilio el Indio Fernández y, nuevamente, de Octavio Paz.  

Fue […] durante este rodaje cuando escandalicé a Gabriel Figueroa, que me había preparado un encuadre estéticamente irreprochable, con el [volcán] Popocatépetl al fondo y las inevitables nubes blancas —escribió Buñuel en Mi último suspiro—, lo que hice fue, simplemente, dar media vuelta a la cámara para encuadrar un paisaje trivial, pero que me parecía más verdadero, más próximo. Nunca me ha gustado la belleza cinematográfica prefabricada, que, con frecuencia, hace olvidar lo que la película quiere contar y que, personalmente, no me conmueve. 

Las siguientes colaboraciones fueron con los films La fièvre monte à El Pao / Los ambiciosos y The Young One / La joven, dos coproducciones extranjeras filmadas en Acapulco, consideradas entre la obra menor de Buñuel (y también de Figueroa). La primera, franco-mexicana, protagonizada por María Félix y Gérard Philipe, uno de los mitos del cine francés de aquellos años; y la segunda, coproducida con Estados Unidos, que denunciaba la segregación racial en el sur de aquel país y fue merecedora de una Mención Especial del Jurado en Cannes en 1960.  

En 1962, Buñuel invitó a Figueroa para fotografiar la desconcertante El ángel exterminador, crónica del desmoronamiento de la moral burguesa. El 2 de mayo de ese año, la revista Cine Mundial dio cuenta de su filmación en el artículo “Gabriel Figueroa y Luis Buñuel, pareja del apocalipsis”. Juntos trabajarían también en la última película de Buñuel en México, un proyecto inconcluso, pero de profunda huella autoral, Simón del desierto. La historia de Simeón el Estilita, un asceta tentado por un demonio con forma de mujer, tuvo que suspenderse por falta de presupuesto, pero Buñuel se las arregló para finalizarla con una duración de mediometraje, 43 minutos.  

El sueño de la liebre

Entre los documentos que conserva el archivo de Gabriel Figueroa, se encuentra una invitación de Buñuel a Figueroa para presentar a su lado una conferencia como su “fotógrafo predilecto” y un guion surgido de charlas de sobremesa en el que los escritores Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis proponían a Buñuel y Figueroa hacer una película, El dolor de vivir, burlándose de los arquetipos del cine mexicano (la abuela amorosa, la madre sufrida, la mala mujer, el seductor infalible, el esposo sinvergüenza…), así como un sinnúmero de fotografías y cartas personales dan cuenta de la complicidad que fuera del set existía entre estos dos cineastas.  

Para Buñuel, “el cine parece una imitación involuntaria del sueño. La noche que invade poco a poco la sala cinematográfica equivale a la acción de cerrar los ojos. Es entonces cuando empieza, sobre la pantalla y en el fondo del hombre, la incursión en el inconsciente: […] el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se estrechan o ensanchan a voluntad, y el orden cronológico ya no corresponde a la realidad”.  

Con El sueño de la liebre. El cine de Luis Buñuel y Gabriel Figueroa, Fundación Televisa y la Filmoteca de Catalunya invitan a adentrarse en ese universo de obsesiones que oscilan entre el sueño y la vigilia, que lo mismo se proyectan en la gran pantalla que en el infinito espacio de nuestras pupilas.