Odisea por México

 

De acuerdo a los registros oficiales, Paul Strand entró por primera vez a México el 26 de noviembre de 1932, a través de Nuevo Laredo, Tamaulipas. El largo y fatigoso viaje que lo condujo de Nuevo México al centro de la república mexicana lo realizó a bordo de un automóvil Ford, modelo A. No hablaba español y del país que le salía al paso sabía únicamente lo que había leído en algunos libros –los relatos de D. H. Lawrence, por ejemplo–, y escuchado en conversaciones con amigos y conocidos que ya habían visitado el México posrevolucionario. Carlos Chávez era su contacto principal para resolver los problemas que implicaran tanto su traslado como el establecimiento de su nueva residencia. A través del compositor conoció a Carolina Amor y a su familia, con quienes, luego de hospedarse en un hotel, encontró alojo en un domicilio ubicado en la calle Abraham González de la capital mexicana.
Durante su primera estancia en México, que se extendió de noviembre de 1932 a los primeros días de enero de 1935, Strand no tuvo otros trabajos que los conseguidos por iniciativa de Carlos Chávez en la Secretaría de Educación Pública y en el Departamento de Bellas Artes. Fue nombrado profesor de dibujo, realizó actividades de promoción cultural e investigación –un reporte sobre la situación de la producción artesanal en Michoacán–, y finalmente le fue encomendado un proyecto para hacer uso del cine como medio educativo y transformador de la conciencia social, razón por la que se hizo cargo de la Comisión de Fotografía y Cinematografía y emprendió la realización de la película Redes.
Las imágenes capturadas por Strand, documentan su paulatino acercamiento a un país donde se mezclaban lo viejo y lo nuevo, las jícaras y las estaciones de gasolina. Acaso el mayor mérito de esa aproximación, sustentada sobre todo en la realización de retratos de habitantes de comunidades rurales, sea la manera en que hizo a un lado la parafernalia con la que se construyó, en los años veinte y treinta del siglo pasado, un México pintoresco destinado a congraciarse con la mirada de los turistas y a servir como ilustración de la retórica oficial. No hay en la fotografía mexicana de Strand ni máscaras ni pirotecnia ni trajineras floridas: solamente el poder evocativo de la presencia humana y de las obras materiales que hablan por ella, dejando que el tiempo se acumule y sedimente.